Desde siempre, el boniato para mi, es señal de la llegada del otoño. Recuerdo ese primer día en el que, a la vuelta del «cole», mi casa olía a boniato asado…inspiraba fuerte y pensaba; ya estamos en otoño. A este hecho, le sucedía la puesta de la falda camilla, las castañas asadas y una sensación melancólica, al ver los primeros anuncios de perfumes en la tele, indicativo de que pronto, llegaría la Navidad. Por todo esto, no es de extrañar que considere al boniato, el alimento otoñal por excelencia.
Pero en esta ocasión, dejaré el placer de las tradiciones, para cuando vaya a casa de mi madre y me invite a comer un boniato asado, sentada en el brasero y arropada con la falda camilla. Esta vez, he querido darle un giro a la forma tradicional de comer este tubérculo y, aunque igualmente asado, el final de este plato ha quedado quizás, con un toque más sorprendente. Te cuento como lo he hecho.